¿Podrías salir a la calle y caminar kilómetros con los ojos vendados?

Para las personas videntes esto supone un reto casi imposible. 

Y… si te digo que eso es lo que haces la mayor parte del tiempo con tu cuerpo, ¿me creerías? Sigue leyendo y me entenderás.

Tal es nuestra capacidad de caminar la vida con los ojos cerrados, que pretendemos no ver lo que es obvio. 

Nos decimos mentiras, miramos hacia otro horizonte, y creemos que funciona. Muchas veces no somos conscientes, pero llegamos a ignorarnos tanto que nos hacemos invisibles, convirtiendo lo evidente en algo inexistente. 

Hablo de nuestra incapacidad para escuchar las señales que nos da el cuerpo advirtiéndonos de algo que debemos atender. 

Esto sucede muchas veces, y nos creemos muy poderosos porque, por ejemplo, no atendimos un dolor y este se fue. 

«Ya pasará», nos decimos. Y sí. Pasa. Aunque en realidad, lo que sucede es que el cuerpo nos habla tanto que, a ratos, se cansa y calla. 

Intentamos convencernos entonces de que todo está bien. Curamos las heridas haciéndonos otras que duelen más para no sentir las anteriores. Y seguimos caminando con los ojos vendados; comprando, fumando, bebiendo, consumiendo lo que no necesitamos, usando ropajes y máscaras que nos hacen sentir que somos otras personas, sin heridas y sin dolores. 

¡Qué capacidad tan grande tenemos de caminar a ciegas! 

El cuerpo es paciente, a veces no tanto, pero él espera. A paso firme y lento, sigue haciendo evidente lo que negamos ver. 

Mantenemos relaciones que nos alteran, cargamos empresas que ya no respiran, nos responsabilizamos de quien no nos necesita y, aun así, sin ninguna respuesta, seguimos. 

Nuestro cuerpo es un héroe que nos acompaña y nos sostiene en cada batalla; fuerte, firme, estoico. Muchas veces, abusamos de esa fuerza y lealtad. Lo sobrecargamos con vejámenes inconscientes, con esa ceguera abierta y sin sentido. 

Y allí sigue él; es su trabajo estar, solucionar, funcionar y vivir. 

Es nuestro guante para experimentar esta vida. Crece y se acomoda; se encoge y se relaja; se enfría y se calienta.

¿Qué necesitas?, pregunta. Y aunque no le contestemos, él hará su mayor esfuerzo, su expresión más firme y compasiva para responder de la mejor manera siempre.

Escuchar al cuerpo y despierta

Nuestro cuerpo recoge todas nuestras experiencias y emociones y las traduce en lenguaje de carne y hueso. Un lenguaje blando y maleable que es capaz de expresar desde el dolor más agudo hasta la pasión más irracional. 

Ahí está, paciente… mostrándonos nuestra vida, los amores y desamores, siendo rápido y lento, grande y pequeño. 

Y a este compañero leal e incondicional lo ninguneamos. Lo entretenemos con muchas píldoras y poco descanso; lo acallamos con ignorancia y mucho afán. 

Él sigue hablándonos, pero parece que mientras más cosas dice, más queremos silenciarlo. Si un medicamento nos cae mal, nos tomamos otro para aliviar el síntoma del primero. Tomamos antidepresivos para sobrevivir el día y luego píldoras para poder dormir en la noche. Al día siguiente, necesitamos otro chute de energía que despierte a ese cuerpo perdido, desorientado y muy cansado. 

Y así sigue, chapoteando en un lodo espeso y oscuro. Murmurando primero, hablando después, gritando al final. Hasta que llega ese día en el que ya no podemos silenciarlo. Y no nos gusta lo que dice. Habla de dolor, limitación y fetidez.

¿Qué pasa? preguntamos. ¿Por qué no bailas y te sonrojas? Estás postrado y verde. 

Y él solo hace lo que siempre ha hecho, hablar en lenguaje de carne y hueso lo que somos. 

Nos habló de insatisfacción, de incomodidad, de cansancio, de miedo… y no atendimos. 

Nos mostró la puerta de salida, los límites, los bordes cortantes… y no atendimos. 

Se enfrió ante el ataque impune de aquel vecino de corazón… y no atendimos.

Corrió y se alteró cuando el miedo y la ira que vivimos se volteó para consumirnos… y no atendimos.

Se deprimió, perdió su pelo y su piel se secó cuando insistimos en aquel amor no correspondido… y no atendimos. 

Su estructura se deformó cuando decidimos callar para no que no nos juzgaran; sus ojos se nublaron cuando lo llenamos de imágenes excesivas de lujuria; sus órganos vitales se encogieron por nuestra hambre de amor…

Y NO ATENDIMOS. 

¿Quieres vivir despierto o dormido?

Él, nuestro cuerpo, es la expresión precisa de nuestra historia mental. 
Él se sana cuando la princesa se da cuenta de que es princesa y se enferma cuando ella aún no ha encontrado su corona.

Las enfermedades somos nosotros, dormidos. La salud somos nosotros, despiertos.

¿No crees que es hora de sacarte la venda de los ojos, abrir tus oídos y escuchar lo que está hablando —o tal vez, gritando— tu cuerpo? ¿No te seduce la idea de juntar cuerpo y corazón, poner atención a lo que te dicen y hacer que tus síntomas realmente desaparezcan?

Para ello se necesita una buena dosis de valentía y decisión. Pero puedo asegurarte que caminar despierto es mucho, pero mucho más placentero y gratificante que andar a ciegas.

Si necesitas una mano que te guíe en el proceso, aquí estoy yo, con mis terapias y programas para ayudarte a avanzar hacia tu libertad y bienestar. Cuenta conmigo.

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