¡Por fin cielo azul! Llevábamos muchos días con nubes pesadas y sonido opaco. Aquella tarde de jueves, luminosa y fresca, me llenó de energía y entusiasmo.

Así salí, como todos los días, a hacer mis cosas. Llevaba muchas horas dando vueltas, en compañía del copiloto eterno de los bogotanos: el tráfico caótico y lento de esta ciudad. 

Con música y mucha paciencia, completé el recorrido. Ya estaba a pocas cuadras de casa. 

Frené en un semáforo en rojo y comencé a anticipar lo que haría al llegar: estacionar, bajar las bolsas del mercado, lavarme las manos, ¡y sentarme a almorzar! Ya no recordaba cuándo había sido mi última comida.

Mientras esperaba la luz verde, saqué el celular de mi bolso y miré una foto que me acababa de enviar mi hija; me mostraba un pantalón que se quería comprar.  

Justo cuando me disponía a responderle, sentí un golpe muy fuerte en la ventana a mi derecha. Algo agudo irritó mis sentidos y me puso en alerta de inmediato. 

Giré la cabeza y vi que era un motociclista que, muy cerca de mi ventana, movía la punta de su pistola en círculos ascendentes señalando mi cartera y mi celular. 

«Uno nunca sabe cómo va a reaccionar», es lo que se dice siempre sobre momentos así, donde lo que domina es el más puro instinto.

Mi reacción en ese segundo inmóvil, frío e incomprensible, fue de calma. Mi cerebro y mi corazón me instruyeron con información muy valiosa: ¡sé compasiva y no juzgues!

Mirándolo a la cara, le dije que sí, que le iba a entregar todo. Pero no lo hacía. Sentía una certeza dentro de mí que me dictaba que ese era el comportamiento correcto. 

Mientras seguía diciéndole que sí, vi cómo una segunda moto se situaba de frente a mi carro y, con un gesto rutinario, me apuntó con su pistola. Hice el mismo ejercicio anterior, y lo hice de nuevo con el tercer motorizado que se acercó a mi ventana. Pude ver sus ojos y él los míos. Cuando no hay tiempo ni espacio, se ve más profundo. 

En ese instante que duró una eternidad, parece que algo los alertó. Los tres se comunicaron brevemente con señas y monosílabos para luego seguir su camino, supongo que a buscar otra presa más fácil.

No sé cómo pude llegar a casa. Las piernas no me respondían, solo temblaban; no era capaz de salir del carro. Mi cabeza y mi corazón estaban desbocados, mi respiración igual. Mil preguntas y pensamientos chocaban en mi mente. 

¿Qué pasó? ¿Qué fue esto que acaba de sucederme? ¿Por qué se fueron? ¿Por qué reaccioné así? 

La presencia de la muerte fue tan contundente que mi sistema se preparó para lo peor. Ahí estaba yo, tratando de sincronizar y unir mi mente, mis emociones y mi cuerpo, mientras agradecía y agradecía por una nueva oportunidad de vida. 

Al cabo de 15 minutos, mi sistema logró estabilizarse y pude abrazar mi cuerpo, recordándonos que estábamos fuera de peligro, en un espacio seguro. 

Mis años de entrenamiento en las técnicas de HeartMath®, me dieron un punto de reacción coherente y asertivo en esta experiencia. 

La capacidad de resiliencia que desarrollé actuó a nivel inconsciente, respondiendo a ese «uno nunca sabe cómo va a reaccionar», con un comportamiento coherente que resulta de la unión entre la mente y el corazón. 

¡Sabiduría mágica!

Resiliencia como mecanismo de supervivencia

Según el Instituto HeartMath®, la resiliencia es la capacidad para prepararse, recuperarse y adaptarse ante una situación de estrés, reto o adversidad. 

Como ves, no solo se trata de recuperación; la resiliencia puede usarse y desarrollarse para estar preparados y fuertes ante alguna situación, y también para restablecer nuestros niveles de energía, una vez culminada. 

Es decir, puedes incrementar tu capacidad de resiliencia y guardarla de reserva para cuando la necesites. 

Es como una batería interna de energía vital que se carga practicando la coherencia.

Cuanto más tiempo permanezcamos en un estado de coherencia emocional, más resilientes seremos, tanto ante situaciones extremas como frente a los pequeños retos del día a día. 

Ser resiliente nos cuida de colapsar por la acumulación de eventos que no se han gestionado de forma adecuada. 

Una batería interna bien cargada nos da mayor capacidad de ser objetivos cuando necesitamos evaluar alguna situación personal que nos drena emocionalmente; también nos permite tomar las decisiones necesarias para evitar ese gasto energético.

Una alta capacidad de resiliencia nos mantiene firmes y responsables de nuestras reacciones, nos permite pensar de forma más clara y, por lo tanto, nos lleva a tomar mejores decisiones. 

Construir y mantener la resiliencia significa ser más inteligentes acerca del uso que le damos a la energía de nuestra batería interna. Es decir, saber elegir cómo y en quién o en qué gastarla. Cuanta más energía tengamos a nuestra disposición, más resilientes seremos.

La resiliencia y las emociones

Los individuos resilientes autorregulan sus emociones y previenen la acumulación de estrés.

La palabra emoción viene de la raíz «emovere» que implica movimiento. El movimiento necesita energía. Durante la no-gestión emocional, se desperdicia mucha energía, generando un alto costo para nuestro sistema en todos los aspectos. 

Cuando has tenido una situación que te provoca mucha rabia, ¿cómo te sientes después? ¿Animado y energético? ¿O cansado y desconcentrado? 

Lo importante aquí es ser consciente del alto gasto energético que se dio como resultado de la reacción de rabia. ¿Quién hizo uso de esa energía? ¿La persona con la que te disgustaste o tú? 

Por esta razón es importante analizar las relaciones, individuos o situaciones que drenan tu energía, ya que esta pérdida afecta tu universo entero y disminuye sustancialmente tus reservas y tu capacidad de resiliencia.

El camino hacia la resiliencia

A estas alturas estarás pensando «¿Cómo hago para ser más resiliente?»

Es necesario ser consciente de tu situación actual y sus consecuencias: 

 

  • Vives en el pasado y el futuro, no en el momento presente.
  • El ego te domina y te identificas con él. 
  • No llevas la consciencia al cuerpo.
  • Vives en el miedo y el sufrimiento.
  • No gestionas tu energía vital.
  • El drama, la crítica y los juicios son tus compañeros diarios.

 

Si te identificas con alguna de esas situaciones, entonces es momento de que conozcas lo que puede ayudarte a salir de allí:

 

  • Habitar tu cuerpo. Darle atención. Estar presente en «su casa».
  • Generar y practicar la coherencia.
  • Estar en el ahora (esto fortalece el sistema inmunológico, físico y psíquico)
  • Entregarte a la aceptación, no negar el dolor emocional.
  • Gestionar la energía vital.

 

Resultados a nivel espiritual:

  • Batería interna cargada.
  • Más tolerancia frente a las situaciones de la vida. 
  • Hacer menos juicios.
  • Conexión con la intuición. 
  • Descarga de información relevante que llega de un universo que no es el mental. Es el CORAZÓN.
  • Más empatía y tolerancia.
  • Sostener un estado de armonía y serenidad por más tiempo.
  • Rejuvenecimiento.
  • Pensamiento asertivo.
  • Autogestión emocional.
  • Sueño reparador.
  • Certeza en el corazón.
  • Claridad mental para alcanzar tus metas.
  • Autorregulación mental y emocional.

 

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